sábado, 18 de agosto de 2012

Santiago de noche.


Llevamos dos salidas hacia el centro de la ciudad. Santiago. Con sus atardeceres, sus luces anaranjadas, sus bocinas, sus autos y micros del Transantiago. Miento, llevamos tres salidas. A un lugar, que para mi, sostiene   mi rutina, es el lugar de casa, en donde todos los planes parten desde allí. Pero ese no es el punto. Yo encuentro que esta ciudad debe esconder algo. Y cada vez que lo estoy a punto de descubrir, mi cabeza se aleja de esas ideas locas, y todo queda en nada. 
Los atardeceres, son la cosa más bella (?), no quiero decir que es lo mejor, porque sé que me he perdido el amanecer, pero aun así, siento que ese momento es muy mágico, que se lleva miles de sensaciones, de sentimientos, de emociones, los cuales intento atrapar en un segundo, en mi cabeza, pero como todo es efímero, los atrapo y se escapan. Cosas de escritores. :c
Y tengo que confesar algo: Me gustan los atardeceres cargados de sentimientos. Llenos de hojas, llenos de luces, llenos de ruido de ciudad, porque me recuerda a que vivimos en una ciudad que con cualquier cosa se puede hacer, todo está cerca, y lo mejor de todo, todo lo que realmente nos importa está cerca. 
Adoro esta ciudad, con la que he soñado, con la que me convirtió en escritora principiante (y sigue en las mismas), y que mueve mi vida, mi año, mi rutina, y que siento que ésta cambia, porque la ciudad, cambia, y no séee, hay algo que no puede ser descrito, porque simplemente, no se puede tocar, ni leer, ni escuchar. Solo sentir. Me gusta Santiago, lo adoro, desde mi casa, hasta el último cerro que se esconde en el Valle de Chacabuco, hay tantos lugares con los cuales había soñado, y creo que llegó el tiempo de hacerlos realidad. De hecho, los estoy haciendo. Y aún así seguiré soñando con aquella ciudad.