domingo, 2 de diciembre de 2012

La Luna gira en torno a la Tierra; cada día, a cada instante, su sola existencia se basa en moverse en torno a esta gran masa de agua. Lo único que nuestra esfera blanca logra en su amada, es quizás, afectar en el movimiento de sus olas, una leve ilusión de correspondencia frente a este gran acto de amor, desinteresado e infinito. La Luna sabe, sabe que jamás uno tocará al otro, pero aún así, seguirá girando.
Seguirá girando y girando, la seguirá mirando y mirando, la rodeará cuantas veces le sea posible, si tan solo ésto le asegura la posibilidad de observarla una vez más, tan bella, tan efímera, tan grande y tan pequeña, tan brillante y tan llena de vida, más de lo que ella podría siquiera soñar llegar a ser; porque ¿Qué vida puede siquiera llegar a albergar la Luna?
A nuestra pálida amiga, solo le queda observar, girar, rodear y esperar, trazar la elipse otra vez, seguir girando y quizás en una de estas vueltas eclipsar a ese gran sol que ciega a su amada
Seguir girando y conservar la esperanza de que tal vez, en una de sus vueltas, un hombre, dando un gran paso para la humanidad, dé un pequeño paso.

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